El médico monteriano que fue nombrado como mejor profesor de Harvard

Desde el Hospital General de Massachusetts, Javier Romero habló con SEMANA sobre su historia para llegar a Harvard, sus recuerdos en Montería y su investigación para curar los derrames cerebrales.

SEMANA: ¿Qué extraña de su vida en Montería?

JAVIER ROMERO: La familia, mi mamá y muchos familiares cercanos viven allá, y la cultura, sobre todo en un lugar como Boston, con poca influencia latina. Hace falta la comida, y aunque uno trate de imitar esos sabores, la sazón no es la misma.

SEMANA: ¿Siempre le interesó la medicina?

J.R.: Sí, desde muy temprano. Un tío médico, Luis Enrique Ogaza, me influenció mucho. Estudié Medicina en la Universidad del Bosque. Un día, en el Hospital Simón Bolívar nos tocó un paciente que llevaba 170 días hospitalizado por un infarto cerebral, y no podíamos hacer mucho por él. Eso me quedó grabado y me cambió la perspectiva de lo que quería hacer. Casualmente salió la resonancia magnética, a través de la cual podíamos descubrir el infarto en las primeras tres horas e identificar, con exactitud, el área del cerebro que se infartó. Hice neurología en la Fundación Santa Fe y nació mi deseo de subespecializarme.

SEMANA: ¿Cómo llegó a Harvard?

J.R.: Apliqué como a seis universidades, le apuntaba a la Universidad de Miami porque me quedaba cerca, y me presenté a Harvard, por si acaso, pero sabía que era demasiado competido. La primera carta que recibí fue de la Universidad de Miami, no me aceptaron y me dio una depresión de tres días, hasta que me llegó la comunicación de Harvard diciendo que había entrado. Acá en Boston conté con la suerte de tener un mentor que me guió muchísimo en medio de un ambiente supremamente competitivo, Robert Ackerman; me ayudó a tomar las riendas del laboratorio donde investigamos las arterias con diferentes tecnologías para determinar quién puede tener un derrame y quién no.

SEMANA: En 2015 fue elegido mejor profesor en Harvard. ¿Qué les diría a los docentes colombianos que aspiran a desarrollar una carrera en el extranjero?

 

J.R.: En Estados Unidos, las jerarquías entre profesor y alumno son menos marcadas que en Colombia. Acá el acceso de los estudiantes al docente es mayor, no hay preguntas malas y los profesores no temen decir “no sé”. Todos tenemos limitaciones en los conceptos, y, sobre todo, en la ciencia. Aceptar cuando se desconoce algo incentiva la investigación.

SEMANA: Su investigación para evitar los derrames cerebrales es reconocida en el mundo. ¿Qué fue lo que descubrió?

J.R.: Fue un poco casualidad, como muchos de los descubrimientos médicos. A los pacientes con derrames les hacemos un TAC cerebral y les inyectamos un contraste para ver si tienen una malformación de las arterias. Un paciente se sintió mal cuando se lo inyectamos e inmediatamente paramos, pero el contraste siguió circulando en su cuerpo, dándole tiempo para ir al sitio del sangrado en su cerebro. En la imagen encontramos unos pequeños lagos de contraste en la toma cerebral, y ese es el spot sign, que detecta si hay sangrado de manera activa en el momento en que se hacen las imágenes. Dependiendo de si sangra o no, el tratamiento cambia, y puede decidirse si hay cirugía o no.

SEMANA: Colombia vive un momento complejo en relación con la investigación científica. Por Colciencias han pasado nueve directores en ocho años y solo se generan 20 patentes al año. ¿Cómo ve usted lo que sucede?

J.R.: Depende. Si lo comparas con países desarrollados, la diferencia es abismal, pero hay que comparar manzanas con manzanas. Con respecto a países en vía de desarrollo, nos faltan estructuras gubernamentales con consistencia para producir ciencia como tal. En Colombia hay excelentes grupos de investigación, pero son aislados, con pocos fondos, y aunque sus investigadores tienen buenas intenciones, no cuentan con un adecuado soporte para hacer ciencia continua.

SEMANA: ¿En qué consiste la fundación que lidera?

J.R.: Se llama Neacol (New England Association for Colombian Children), y la integran profesionales de Boston. Nos enfocamos en educación, nutrición y salud. Cinco mujeres emprendedoras me escogieron para ejercer como líder, y hemos ayudado a más de 15 grupos de niños en 17 ciudades. En 2017 recogimos 200.000 dólares. Tenemos un programa de enseñanza de música clásica, trajimos hasta acá a uno de esos estudiantes y tocó con la Sinfónica de Boston. Hoy estudia Música en la Universidad del Bosque. Hay muchas historias como esa.

 

Tomado de Revista SEMANA