Por fin. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha reconocido formalmente que el SARS-CoV-2, el virus que causa la COVID-19, se transmite por el aire y que puede transportarse en partículas minúsculas de aerosol.
Cuando tosemos y estornudamos, hablamos o tan solo respiramos, expulsamos al aire de manera natural gotículas (pequeñas partículas de fluido) y aerosoles (partículas más pequeñas de fluido). Sin embargo, hasta principios de este mes, la OMS —al igual que los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos o la agencia Public Health England— había advertido principalmente sobre la transmisión del nuevo coronavirus mediante el contacto directo y las gotículas liberadas a una corta distancia.
La organización solo había advertido sobre los aerosoles en circunstancias extraordinarias, como después de la intubación y otros procedimientos médicos relacionados con pacientes infectados en hospitales.
Después de varios meses de insistencia por parte de los científicos, el 9 de julio, la OMS cambió su postura, pasó de la negación a una aceptación parcial y reticente: “Se requieren más estudios para determinar si es posible detectar el SARS-CoV-2 viable en muestras de aire tomadas de ambientes donde no se realicen procedimientos que generen microgotas de aerosol y cómo influyen los aerosoles en la transmisión”.
Soy una ingeniera civil y ambiental que estudia cómo los virus y las bacterias se propagan por el aire, también soy una de los 239 científicos que firmaron una carta abierta a finales de junio para presionar a la OMS a tomar más en serio el riesgo de la transmisión aérea.
Un mes después, considero que la transmisión del SARS-CoV-2 por medio de aerosoles es mucho más importante de lo que se ha reconocido oficialmente hasta la fecha.