Max, una mezcla de perro criollo con Akita, era un soldado más del pelotón. Salía a las largas jornadas de infantería, cruzaba ríos, acampaba y hacía deporte como cualquier otro. También ranchaba (almorzaba) con el grupo, y por eso el pasado miércoles 7 de abril no tuvo problema en comer del arroz y del pollo sudado que prepararon sus amigos en un corral de la vereda Colorado de Puerto Salgar, Cundinamarca, cuando descansaban de las labores de control en la zona.
El almuerzo habrá sido a eso de las 2 de la tarde, pero ya faltando un cuarto para las tres, Max y 14 soldados más del pelotón Gladiador n.º 1 del batallón de infantería n.º 38 Miguel Antonio Caro, con sede en Facatativá, empezaron a caer al piso doblados por un dolor estomacal.
Kevin Stiven Rúa Godoy, de 19 años, hijo de Lim Nieves Godoy, oriundo de Carmen de Apicalá, fue el que presentó los síntomas más graves. No se veía bien. Nadie entendía lo que estaba pasando. Uno de los soldados sacó su celular y empezó a grabar como si se tratara de algo anecdótico, un recuerdo para reírse luego, pero las imágenes no eran graciosas: jóvenes llorando, recogidos como caracoles, y otros, sanos, tratando de ayudar con agua de panela y baldes para descargar el vómito.
“Nos mandan a formar, y el que falleció ya estaba grave, nosotros como que uy; y va uno, y el otro, y va el otro, vamos cayendo todos. A mí me da como un mareo, ganas de vomitar, no me podía mover, no podía casi respirar, necesitaba aire, estaba ido totalmente”, le contó a este diario, sin dar nombre o apellido, uno de los jóvenes que resultó afectado ese día después del almuerzo: pasta, papas, arroz y un pollo comprado horas antes en cualquier negocio de La Dorada, Caldas.
Kevin y Max fallecieron luego. Información publicada por medios locales el 8 de abril indican que lo ocurrido ese día fue una intoxicación, producto de un posible mal manejo de los alimentos preparados por los mismos soldados. El despliegue para sacarlos de la zona rural estuvo integrado por un camión, camionetas, ambulancia y otros vehículos que inicialmente llevaron a los afectados al hospital Diógenes Troncoso de Puerto Salgar, a un centro médico de La Dorada y a la unidad médica de la base aérea de Palanquero.
Algunos fueron dados de alta, mientras que otros, entre ellos Kevin, fueron trasladados en helicóptero al Hospital Militar de Bogotá. El jueves 8 de abril, Lim Nieves, su madre, fue llevada por el Ejército hasta el lugar donde estaba recluido, en estado crítico, su único hijo hombre. Le quedó una niña de 13 años.
“Cuando yo llegué allá, él estaba intubado, con suero y algunos medicamentos. A mí, el médico me dijo que la situación de él era bastante crítica. Que le estaban haciendo exámenes y que lo más posible era que tenía muerte cerebral (…), que ellos habían comido en el almuerzo algo con veneno, pero todavía los exámenes no arrojaban qué tipo de veneno era, eso me dijo el primer médico que lo vio”, contó la mujer sobre lo que le habrían informado en el reporte inicial que recibió sobre el estado de salud de su hijo.
Sin embargo, el supuesto envenenamiento no está confirmado. Con el paso de los días, los demás afectados fueron dados de alta tras algunos días de hospitalización. Sin embargo, Kevin murió el pasado 12 de abril y no podrá estar, el próximo 30 de abril, en la ceremonia en la que se dará por terminada la prestación de servicio de sus compañeros
Él ingresó al Ejército por su voluntad para resolver la situación militar en octubre del 2019. Llegó hasta séptimo de bachillerato y, aunque le llamaba la atención la carrera con uniforme, sufría de una incontinencia que le impedía seguir adelante. Con los meses en la milicia, su padecimiento se intensificó a raíz del miedo por el manejo de armas y de momentos de tensión por enfrentamientos contra grupos ilegales.
Hasta el momento, según dice Lim, las autoridades no le han dicho exactamente qué fue lo que pasó con su hijo. Información oficial consultada por este diario con fuentes militares indica que la principal hipótesis que se maneja es que hubo una inadecuada manipulación de la comida. Esto es algo que suele suceder, explicaron. Los muchachos cargan el mercado, la gasolina y el aceite a través de largos recorridos, y ranchan en el mejor lugar que encuentran en el camino.
Tampoco han recibido reportes clínicos de estos sucesos los demás afectados de ese día. Se habló con dos de ellos, que estuvieron hospitalizados, y aunque están de permiso a la espera de la ceremonia de graduación no han sido notificados con algún documento médico que les explique qué tipo de sustancia los afectó de esa manera.
“A mí me dijeron, el comandante y el uno y el otro, que se habían intoxicado con la comida, que habían comprado un pollo congelado yo no sé dónde (…), que se habrían confundido con algún químico o algo”, relató la mujer lo que, según ella, le han estado diciendo desde entonces, y hasta este momento, en el Ejército.
El pollo lo compraron dos soldados en La Dorada. El grupo completo era de 40 hombres y que se dividió en dos, 20 se fueron a un lado, y 20, a otro. Uno de estos se ubicó en un corral de vacas, incluso instalaron allí su campamento y ya habían pasado una noche. Ellos decidieron sudar el pollo mientras que los otros lo fritaron. Los del sudado fueron los afectados, a los otros no les pasó nada, pese a que comieron el mismo producto.
Hay consenso entre los soldados de que sea lo que sea que haya pasado, no lo hizo ninguno de ellos, o sus superiores, aunque a Lim le parece extraño que el comandante de la compañía no estuvo en el momento de los hechos, no comió con ellos porque horas antes se había ido a otro lugar.