Hace un año, la escuela de cadetes pasó de ser un centro académico a un escenario de dolor y consternación.
Pasadas las 9:00 de la mañana, el caos y la tragedia se tomó el corazón de la Policía. A las afueras de la Escuela de Cadetes General Santander, en el sur de Bogotá, uniformados en medio de la desesperación trataban de acordonar las instalaciones para crear un perímetro que alejará a los curiosos que llegaban hasta el lugar, las versiones indicaban que había otra bomba en los alrededores del área atacada.
Mientras tanto, desde la puerta principal de la escuela, en la parte de afuera, solamente se podía observar una llamarada de fuego que cubría una camioneta que quedó convertida en latas retorcidas después de la explosión, de hecho, algunas partes del vehículo lograron llegar hasta la Autopista Sur.
La confusión se apoderaba del lugar, pero lo que nadie sabía es que minutos antes del atentado, José Aldemar Rojas habría pasado con violencia por encima de los controles de seguridad de la Escuela General a bordo de una camioneta Nissan Patrol, color gris, cargada con 80 kilos de pentolita, que después hizo detonar cerca a uno de los alojamientos donde permanecían los jóvenes cadetes.
El ataque terrorista, perpetrado por el Ejército de Liberación Nacional, ELN, dio en lo que se considera el corazón de la Policía, pero sobre todo en el corazón de 22 familias que perdieron a sus seres queridos que, en su mayoría, eran jóvenes cadetes, deportistas, disciplinados y hasta con aspiraciones de llegar a ser altos mandos en la Policía. Entre las víctimas había una ecuatoriana.
Un año después del atentado perpetrado por el ELN contra la Policía Nacional, algunas familias de quienes perdieron a un joven cadete no han podido recuperar el rumbo, sienten que les quitaron un pedazo de vida y con el dolor cargado encima de sus hombros, han encontrado la fortaleza para seguir adelante y relatar cómo les ha cambiado la vida desde ese 17 de enero de 2019.
Por: Damián Landínez, BLU Radio.