Nadie se acuerda nunca de echarles una mirada a los departamentos de Colombia. Agobiados por la politiquería, la corrupción, el desgreño, los departamentos son las regiones olvidadas del territorio nacional. Hasta sus propios habitantes parecen indiferentes a la vida que están viviendo.
¿Cuáles crecen y cuáles retroceden? ¿Qué ocurre más allá de las grandes ciudades y de las capitales? ¿Cómo va la vida en las áreas rurales o en las pequeñas poblaciones?
Perseguido por esas preguntas, que me estaban lamiendo los talones, me senté a conversar una mañana con el nuevo director de la Federación Nacional de Departamentos, Carlos Camargo Assis, abogado y profesor universitario, nacido en el departamento de Córdoba, en la ciudad de Cereté, uno de los lugares más bellos que conozco. Allí, el campo es blanco y el río Sinú hace un pequeño remanso para descansar un rato, antes de irse a desembocar en los parajes de Tinajones, entre San Bernardo del Viento, la tierra de mis entrañas, y San Antero.
Déjenme recordarles, para empezar, que anteriormente había en Colombia departamentos, intendencias y comisarías. Pero la Constitución Nacional de 1991 resolvió que en adelante, todos esos 32 territorios serían departamentos de una república unitaria llamada Colombia. Fuera de ellos se agregó un distrito capital, que es Bogotá.
La terrible pobreza
El señor Camargo Assis me explica que el promedio de la pobreza multidimensional en Colombia es del 17 por ciento en todo el país. Esa palabrita me queda sonando en la mollera hasta que logro averiguar de qué se trata.
La pobreza multidimensional es aquella que no se limita a medir la escasez de dinero de una persona o una familia, sino que incluye además la carencia de otros factores fundamentales, como la educación, la salud, condiciones laborales, calidad de la vivienda y los servicios públicos. Es decir, el nivel de vida en general.
–Hay 17 departamentos, más de la mitad del total, que superan esa dolorosa cifra de la pobreza –agrega él–. Así lo demuestran los análisis que hemos hecho y las investigaciones adelantadas por el Dane.
Los departamentos donde hay más personas en condiciones de pobreza extrema son Chocó, con 49,9 por ciento; La Guajira, con 47,9; Córdoba, con 40,3, seguido por Magdalena, con 36,1, y luego Sucre, que tiene el 35,7.
Al llegar a este punto se me arruga el corazón: los cinco departamentos que más penurias aguantan están situados, todos, en las costas marítimas. Observen con cuidado y verán que el primero está en el Pacífico y los otros cuatro en el Caribe.
En el mundo entero, las costas son las zonas de mayor desarrollo. Pero en Colombia son las más atrasadas.
Los que avanzan
Mirando la otra cara de esa misma moneda, también debo contarles, porque mi deber consiste en decir la verdad completa, que entre los cinco departamentos con menores índices de pobreza extrema aparecen Risaralda, en primer lugar, con 11,8 por ciento, seguido por Valle del Cauca, con un 12 por ciento. Luego viene el tercero, que es Antioquia, con 15,1, y Caldas en cuarta posición, con 16 por ciento. El quinto es Boyacá, con 16 y medio por ciento.
–También es justo reconocer –agrega Carlos Camargo Assis– que en el transcurso de un solo año, entre 2016 y 2017, hubo otros 16 departamentos que lograron reducir sus indicadores de pobreza.
Los cinco primeros en lograrlo fueron Caquetá, Nariño, Valle del Cauca, Antioquia y Cauca. En un solo año, Caquetá redujo la pobreza de sus pobladores en un 8 por ciento. A la inversa, y en ese mismo año, la región donde más creció la miseria extrema fue en mi propia tierra, Córdoba, donde subió hasta el 40,3 por ciento.
La gran brecha
¿No es en Córdoba, precisamente, donde se han robado los presupuestos para los ancianos enfermos, para la alimentación de los niños en las escuelas más pobres, así como los recursos para la salud y la educación? ¿No están en la cárcel varios de sus congresistas? ¿El último gobernador no fue destituido y su antecesor anda huyendo?
–En cambio –me explica Carlos Camargo–, los departamentos que más crecieron en el 2017 fueron, en su orden, Vaupés, cuyo buen desempeño se atribuye, principalmente, a la agricultura, la pesca, la ganadería. El segundo fue el archipiélago de San Andrés, por la recuperación de su comercio, y sigue Caldas por su aumento en el sector de la construcción.
Lo que se demuestra con todas estas investigaciones “es que hay brechas muy grandes entre las distintas regiones del país, entre los departamentos e, inclusive, aún en el interior de ellos mismos”, agrega Camargo.
En ese sentido, los territorios más competitivos del país, los más preparados para el progreso, son Bogotá, Antioquia, Santander, Caldas y Risaralda. “El que más avanzó el año pasado fue Norte de Santander. En cambio, el más retrasado fue Sucre”.
Uno se pregunta: ¿por qué en un mismo país, con la misma Constitución y las mismas leyes, y con el mismo sistema de gobierno, tenemos crecimientos tan disímiles?
Salud, niños y embarazo
Veamos ahora cómo andan, en las distintas regiones de Colombia, los otros dos factores que marcan el verdadero desarrollo humano. Me refiero a educación y salud. Camargo Assis, aunque apenas lleva unas cuantas semanas dirigiendo la Federación de Departamentos, ha puesto especial interés en investigar esos dos aspectos.
La primera realidad con que tropiezan los investigadores, naturalmente, está compuesta por las fallas constantes y los incumplimientos diarios del sistema de salud, de las empresas que deben suministrar ese servicio y del propio Estado a lo largo y ancho del país. Pero hay unos departamentos más afectados que otros.
–Los que menos cobertura tienen –prosigue Camargo Assis– son Cesar, Córdoba, Risaralda, el archipiélago de San Andrés, Cauca, Bolívar, Vichada y Sucre.
La Federación de Departamentos hizo el año pasado un estudio especial sobre la realidad de la niñez colombiana. “Encontramos que de una región a otra hay rezagos enormes en temas como mortalidad infantil, desnutrición, bajo peso al nacer o exceso de peso. En ese sentido, los territorios más golpeados son el Pacífico (Chocó), el Caribe (La Guajira) y los Llanos (Guainía y Guaviare)”.
También encontraron un inquietante aumento del embarazo en niñas menores de edad, con predominio en regiones como los Llanos Orientales y los territorios del centro-sur del país.
Presupuesto para educación
En cuanto tiene que ver con la educación en las regiones colombianas, se han detectado varios fenómenos puntuales. Uno de ellos es el de los dineros presupuestales. Sobre ese particular me dice Carlos Camargo Assis:
–Aunque los departamentos destinan a la educación el 88 por ciento de todo el presupuesto que les gira la Nación, ese dinero se ha vuelto insuficiente porque en su mayor parte no se destina a la enseñanza, sino a pagar nómina de maestros, cargos administrativos y directivos. Por ejemplo: hemos comprobado que, para la próxima vigencia del 2019, más del 95 por ciento de tales presupuestos ya está destinado a pagar nóminas, pensiones y prestaciones.
¿Cómo hacer, entonces, para construir un aula, comprar un tubo de laboratorio, un tablero nuevo o dos pupitres más?
–Es por eso –añade Camargo– que la calidad de la educación, ya sea en preescolar, primaria o secundaria, muestra profundas diferencias de calidad entre los colegios oficiales y los privados, entre la educación rural y la urbana o entre la educación que se imparte en pequeños municipios y la de grandes ciudades.
Boyacá se destaca por tener la educación básica de mayor calidad en Colombia, en tanto que Caldas obtuvo el primer puesto en educación universitaria y Bogotá fue segunda.
El caso de La Guajira
Las investigaciones sociales que viene adelantando la Federación Nacional de Departamentos se concentran en los temas más significativos para la vida de sus habitantes.
Esa tarea monumental apenas empieza. Es gigantesca, compleja y difícil. Deberían intentar, por ejemplo, que los ciudadanos aprendan a votar bien, pensando en ellos mismos y en sus hijos.
Por lo pronto, Camargo Assis está planeando una reforma profunda del Programa de Alimentación Escolar, causa de tantos escándalos de saqueo y robo en diferentes regiones del país.
El uso que se les da a las regalías regionales es otro problema que pide a gritos una cirugía urgente y profunda.
–La Guajira recibe dos regalías distintas –me comentaba el otro día Marta Lucía Ramírez, vicepresidenta de la República–. Las del carbón y las del gas. Pero no se ve el progreso. Por el contrario, agobiados por la corrupción, están cada día más retrasados.
Epílogo
Sigamos con el caso de La Guajira, porque esa hermosa cabeza que el mapa de Colombia mete en el mar se ha convertido en un ejemplo doloroso y elocuente de los estragos que está causando la corrupción.
En ese territorio hacen falta vías de comunicación, no hay fuentes de trabajo, el nivel de la educación es muy bajo, no tienen agua potable, la minería ilegal causa estragos, los problemas son gravísimos por la falta de hospitales o simples puestos de salud.
Baste con contarles un solo dato, uno solo: en los tres años completos que van desde comienzos del 2016 hasta finales de este 2018, Riohacha, la capital guajira, ha tenido nueve alcaldes. Nueve. El promedio es de un alcalde cada cuatro meses. Imagínese usted.
JUAN GOSSAÍN
Especial para EL TIEMPO