Aunque muchos mantienen la fe han perdido la tradición y el respeto por la semana santa, la cual se convirtió en fiestas, parrandas y borracheras; la Semana Santa, sobre todo el jueves y viernes santo, es el día de la tomata, la parranda en varias ciudades y municipios de Colombia.
Aunque la Semana Santa debería ser época de recogimiento, reflexión y oración, algunos católicos la viven sólo de cuerpo presente. Asisten a todas las ceremonias, elegantemente vestidos y perfumados. Pero el alma vagabundea por lejanos rumbos.
Para otros católicos, que son muchos, la Semana santa ha perdido su sentido. Se ha convertido en una ocasión de descanso y diversión. De turismo playero, con música, sol y trago en el día. Con fogatas, música y trago en las noches. De parranda santa.
Se ha olvidado lo esencial. El poder de la oración. Sin fórmulas preconcebidas, que nazca del corazón. El valor del sacrificio. Privándonos de lo que realmente nos gusta –sin importar si es mentir, comer en exceso o ser lujurioso–. La importancia de arrepentirnos de las metidas de pata y de enderezar los pasos para no volver a tropezar con la misma piedra.