El mecanismo siempre suele funcionar del mismo modo: hay un hipócrita que crea un chisme para que el chismoso lo difunda y el ingenuo lo crea sin resistencia. La epidemia de los rumores solo termina cuando por fin, llega al oído de la persona inteligente, a ese corazón vacunado que ni atiende ni responde a lo que no tiene sentido.
El chisme se convierte en muchos casos en un mecanismo de control social que otorga cierto poder a quien lo practica. Se posiciona en el centro de atención de ese grupo de personas receptivas siempre a cualquier chisme, a cualquier información sesgada, con la cual, salir de sus rutinas y aprovechar ese estímulo nuevo a modo de distracción.
Tal y como suele decirse, los chismosos no saben ser felices. Están demasiado ocupados en camuflar sus amarguras en tareas vanas y superfluas donde validar inútilmente sus autoestimas. Te invitamos a reflexionar sobre ello.
Por lo tanto, es importante ser conscientes de que el chisme se ha acomodado en la sociedad y en vez de ser el portador de este, debemos convertirnos en el oído inteligente que lo detiene, que se convierte en el muro que no se puede sobrepasar.